Otra bodega, familiar y netamente ariscaleña, abre su nuevo mosto del año.
Otro año mas, los sudores y esfuerzos de una familia arraigada a sus costumbres, ve como su trabajo se convierte en vino, ese oro liquido del que tan orgulloso se siente Villanueva, y el que tanto le ha dado. Una de las peculiaridades de ese vino joven es que, no hay uno igual a otro. Cada uno tiene su propia alma, su propio espítitu. No se puede fabricar en serie. No se fabrica, se crea con la ayuda de la naturaleza.
Gracias a familias como la de la Bodega La Perdiz, que siguen creyendo que aún es posible encontrar en el vino artesanalmente elaborado un medio de vida, a pesar de la industrialización del sector. Ellos con sus pocos recursos y sus muchos esfuerzos, demuestran cada año que sigue siendo posible ese sueño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario